domingo, 4 de mayo de 2014

Tuppers y copas anchas de champaña.

Hoy pasé a una gran despensa, en ella, en un rincón, había una estantería repleta de recipientes de plástico con tapa hermética en una de sus baldas, en la otra había unas polvorientas copas de vino espumoso. Sin duda, en otros tiempos, ambos tipos de objeto habían sido de gran utilidad. Los retoños se llevaban repletos los recipientes de comida congelada que la madre guardaba, día a día, para que les sirviera de sostén durante los años de carrera universitaria fuera de la ciudad. Pequeñas dosis de amor materno con tapas rosas, o azules, o verdes... Los retoños han crecido, se han independizado, han emigrado y ya no son necesarios, pero la madre se resiste a tirarlos "¿quién sabe...?" se dice cada primavera que limpia es estante. Justo encima hay un juego de seis copas de champán, el polvo es el retenido por casi un año de roña y humo de la cercana cocina. Con ellas se brindó cuando los padres se enteraron del primer embarazo, el primer bautizo, muchas nocheviejas, más embarazos, más bautizos, primeras comuniones, compromisos, cumpleaños... pero ya hay pocas celebraciones en la casa, todo se celebra en otros lugares, en casa de los hijos que disfrutaron de las comidas descongeladas, o en restaurantes de más o menos postín, dentro de poco la madre las sacará de la despensa, las fregará con un estropajo de los que no rayan y pensará "quién sabe...?".

Y sin otro particular, me despido hasta la próxima.